domingo, 23 de mayo de 2010

Asalto

Asaltan mi castillo. Se oyen ya, desde hace siglos, los golpes del ariete contra esta fortaleza que, aunque así lo creen todos, no es infranqueable. He mandado arqueros a las torres y a los muros, junto con catapultas que ya los guardan. He dado orden de formar a la caballería y a la infantería junto a cada puerta; de subir los puentes y la moral de cada guerrero, de cada ciudadano y siervo que va a morir por mí, por su rey y por su reino; por su libertad, su familia y la de otros, por mis flechas o las flechas enemigas. Los que sobrevivan serán torturados hasta la saciedad. Las mujeres serán violadas una y otra vez, quizá hasta que mueran, quizá también después. Los pobres lucharan y morirán, los ricos mirarán y morirán. El enemigo se alzará victorioso. Ya los escucho subir sin prisa. Quieren que me asuste, que me torture con la derrota, quieren que desee desaparecer, posiblemente que me quite la vida. Pero no estoy dispuesto a darle oportunidades al miedo para que me inunde y me gane la partida. Porque a mí solo me vence no conocer qué es el amor; porque solo me vencerá no conocer qué es la muerte. Han dado ya sus vidas, cada caballero, cada hombre, cada mujer y niño. Estoy solo frente a mí mismo, frente a todos los muertos con los que pronto conviviré, y lo único que me desconcierta es no saber y no poder saber que queda cuando no hay nada. Todos los míos lo saben ya, muchos de los suyos también. Ya arremeten contra el portal de mi alcoba. Yo me despido aquí pidiendo un favor: recordad a cuantos lucharon, recordad a los que vivieron y ganaron, a los que perdieron y murieron, porque gracias a ellos hoy vosotros sois libres.

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